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Escritor, investigador y humanista colombiano, con estudios en filosofía. Fomentador de los cánones clásicos de la poesía española e hispanoamericana, en un sano marco de patriotismo colombiano y latinoamericano.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

CUANDO LA LETRA CON SANGRE ENTRABA (Crónica) Por: Nabonazar Cogollo Ayala


 


Trabajo de recopilación y literalización, ganador en la convocatoria

 IDECUT 2020: INSPÍRESE Y ECHE  PA´ LA CASA.


Don Carlos Cortés es un pensionado de la Fuerza Aérea Colombiana, oriundo del Municipio de Puerto Salgar, quien vive en el Municipio sabanero de Madrid desde el año 1945. Cuenta con 83 años de edad y actualmente goza de su feliz retiro junto a una respetable familia. Con esa memoria privilegiada que Dios le dio y haciendo gala de gracejo y picardía don Carlos nos refirió una anécdota de su niñez que juzgamos significativa para la historia regional de Cundinamarca, aquí la hemos literalizado íntegra.

 

Una vez en mi natal Puerto Salgar hacia 1942, siendo yo un niño de seis años casi siete, cierta mañanita me fui pa´l Colegio en mi caballito, Lindo, como lo hacía todos los días. Estábamos en grado primero de primaria y el profesor que nos enseñaba era alto, blanco, serio y se llamaba Avelino Bernate. ¡Era bastante bravo! Él siempre nos decía: ¡La letra con sangre entra! Yo le tenía bastante miedo porque nos daba tremendos zurriagazos cuando lo cogía a uno desprevenido por cualquier cosa que uno hiciera mal. En esa época uno estudiaba desde las cinco y media de la mañana hasta las doce del mediodía, no más. Bueno, entonces ese día el profesor Bernate nos dijo: ¡Vamos a repasar hoy aritmética! ¡Allá el joven Carlos, pase al tablero! Pasé temblando del miedo porque a mí no me entraban para nada las tales divisiones de varias cifras en el divisor… Bernate me pasó al tablero y me dijo: Me hace una división distinta de las de ayer porque esas ya se las sabe de memoria. Entonces me dictó un ejercicio nuevo que yo escribí en el tablero con la tiza. Eran las seis de la mañana, pero ya yo estaba sudando en medio del frescor de la mañana. ¡Estaba bastante asustado! Yo le intentaba y nada que me acordaba cómo se hacía aquello… Había unas varas en el jardín delantero del Colegio en unas matas que se llaman Dormidera, el profesor salió y se trajo una de esas y me dijo: ¡Quihubo! Ya llevamos cinco minutos en esa división… ¿No pudo? Y me mandó dos varitazos, uno por la espalda y otro por la espinilla. Yo no lloré porque me dio fue como rabia, me puse rojo de la piedra. Entonces me dijo el señor este… ¡Pase allá! ¡Vaya y siéntese! Todo bravo. Yo me senté donde me indicó… Claro que yo no era el único que no entendía… En el salón éramos como unos quince o dieciséis compañeros, el examen de aritmética lo pasaron como tres o cuatro no más. ¿Cómo así que no pudieron? –Decía él- Mientras se dirigía molesto a toda la clase. Cuando se dirigió hacia mí para decirme: Venga aquí frente al escritorio el joven Carlos. Pasé allá y me dijo… Póngame las manos aquí encima y me explica por qué no pudo hacer la división. En esa época había unas reglas largas de madera con un filo metálico, él tenía una. Yo le vi  las intenciones y me dije para mis adentros… ¡Me va a pegar con esa regla! Entonces volvió y me preguntó: ¿Por qué no pudo resolver la división? ¡No, sé, profesor, yo anoche repasé todo y no sé por qué no pude! ¡Sí, qué va a repasar ni qué nada, usted no estudió! Entonces vamos a hacer una cosa, como no pudo con la división yo le voy a enseñar. Tiene que aprenderse… ¡La resta! Y ahí mandó el primer golpe con la regla sobre mis manos, la suma… Y no recuerdo qué más, pero por cada cosa que iba diciendo era un golpe sobre mi pequeña humanidad. Las manos me quedaron ardiendo. ¡Y se me está quieto ahí! Señaló una banca larga de madera. Yo lo primero que dije fue… ¿Qué hago yo, Dios mío? Y miraba hacia atrás de reojo a mi caballito. Los profesores en esa época tenían un frasco de tinta azul, otro de roja y unas plumillas largas para escribir. Este señor alzó la regla otra vez y tan pronto como hizo el ademán de pegarme yo cogí el tintero que más a la mano estaba y se lo aventé por la camisa y salí corriendo más veloz que el viento. Yo salí en carrera por el medio del salón al patio y cogí mi caballo como alma que lleva el diablo. Llevaba todo listo en mi talego hecho de un material que llamaban hule. Llegué corriendo con mi cuaderno entalegado, junto con la pizarra y la Alegría de leer, amarré la tula en la cabezuela de la silla del caballo y le dije: ¡Eche a correr pues papá! Dos palmadas en la gualdrapa y eso voló como el viento, llegó primero que yo. Luego me mandé derecho al Magdalena y nadé parejo aguas abajo. Llegué a la casa, allá estaba el caballo, recogí mi talego, me cambié de ropa y le conté todo a mi mamá. Ella se puso bastante seria y me preguntó: ¿Y qué fue lo que le hizo ese señor? Míreme las piernas… ¡Eso tenía los varitazos marcados! Ella me dijo: ¡Ah, bien hecho, mijo, eso no se le pega a los niños! Yo dije… ¡Bueno, ya me salvé por aquí! Duré como seis o siete días que no volví al Colegio. Todos los días por la tarde llegaba un pelao del pueblo trayendo razones del profesor Bernate: ¡Doña Rosa! Que puede ir el joven Carlos a estudiar que ya pasó todo y que el profesor lo perdona. Yo decía: ¡Para allá no voy! Coincidenciamente llegué a la Plaza de Mercado de Puerto Salgar un sábado que me mandaron y lo vi allá parado, estaba con un grupo como de cuatro o cinco. Y me llamó con la mano. Yo dije para entre mí Yo no voy allá, no sea que me pegue delante de todos. El caballo yo lo tenía adiestrado, era bastante bonito, puro palomito mi animal. Yo le dije…

 Lindo, cuando me vengan a pegar usted ya sabe… ¡Levante las patas y hace así! Ahí viene el amigo mío, si me llega a pegar usted me defiende... Lindo no más relinchó… Bernate se me acercó y me dijo: ¡Carlos! Vaya el lunes que eso ya pasó, yo lo perdono. Yo le dije: ¡No profesor! Usted dice así, pero usted cumple con su regla, yo no voy porque usted me pega duro… ¡No, hombre! Todo eso está olvidado, dejemos así. ¡Lo que me da tristeza es la camisa! Yo recuerdo que le quedó toda manchada, era una camisa blanca marca Arkano. Esas camisas se vendían mucho en esa época, lo mismo que la marca Everfit y el calzado Corona, eran de lo más más fino. ¡Yo no voy, profesor! Él me decía: ¡Vaya Carlos que ya todo está perdonado! A la casa nos llegó otra razón el lunes siguiente. Mi mamá me dijo: ¡Vaya, mijo! Entonces el martes tempranito yo me fui para el Colegio y dejé el caballo suelto allá afuera debajo de un matarratón. Llegué y estaba Bernate parado en la puerta junto a unos compañeros de los más grandes, eso me asustó un poco. Saludé: ¡Profesor, buenos días! ¡Buenos días, Carlos! ¿Cómo le fue? Bien, sí señor. ¡Entren! Me dijo: Joven Carlos, venga acá… Pase con otro muchacho… Me puso al lado al más pilo del salón, era Cabeza ‘e Mundo, el primero que contestaba cuando el profesor hacía una pregunta, se llamaba Enrique. ¡Él sacaba todos los años el primer puesto! ¡Pasen los dos y Enrique le explica a Carlos cómo es la división, nos dijo! Él me explicó: Mire, esto es así y así ¡Con paciencia y bien explicadito le fui entendiendo al muchacho! Al final el profesor me dijo: ¿Ya pudo, Carlos? Le dije, sí señor. Me dijo vamos a dictarle una división más sencilla ahora, de dos cifras en el divisor. Me la dictó y la hice a toda carrera. ¡Ah, sí vio que sí puede! me dijo. Mañana practica con una de tres y va avanzando. Para esto se necesita aprender las tablas de multiplicar. ¡De ahí en adelante nos volvimos los mejores amigos! Y cada vez que el año terminaba me decía… ¿Y cuándo es que me va a comprar la camisa, ah? Y se echaba a reír y reíamos juntos de buena gana. De la finca le llevé un racimo de plátanos, una gallina y otras cosas que mi mama le mandó, ahí arreglamos la diferencia. En el Colegio La Consolata me estuve tres años más y a ese profesor le aprendí bastante. De allá me vine a Madrid y acá estudié en la Escuela Antonio Nariño, donde me tocó de profesor el maestro Francisco Samper Madrid, que también era bravo, pero esa es otra historia que otro día les contaré. ¡Esta historia de mi niñez en Puerto Salgar jamás la olvidaré!


Madrid – Cundinamarca

Mayo 17 de 2020





jueves, 10 de septiembre de 2020

HIMNO A SAN JUAN DE BETULIA (Sucre)


HIMNO A SAN JUAN DE BETULIA
(Sucre)

CORO
Te canto con el alma mi San Juan de Betulia
Magnífica alborada bendice tu existir…
La paz y la esperanza dialogan en tertulia
¡En tu pueblo pujante que labra el porvenir!
-1-
La estirpe de una raza de indígenas caribes
Se alzó en tus verdes campos sabana en extensión…
Naciste entremezclada de pueblos que recibes
¡En cruces de caminos con noble corazón!
-2-
Te alzaste desde entonces gallarda y valerosa
Señora del comercio en la faz de la región.
Tu plaza fue trazada, tu iglesia esplendorosa
¡Mostró tu frente al mundo cantando una canción!
-3-
De Sucre eres la puerta que se abre generosa
A todo el que visita tu espléndido jardín…
Tus hijos laboriosos te adornan con la rosa
¡Del límpido progreso que besa tu confín!
-4-
Tu juventud se educa con alma diligente,
Legión inteligente, luciente serafín…
Que busca hacerte grande con su labor consciente
¡Que brilla cual lucero en tu cielo de satín!
-5-
Añejas tradiciones de un tiempo ya lejano
Renacen cada día en tu firme identidad.
El diabolín es gloria del suelo betuliano,
Tus reses y cultivos son rica variedad.
-6-
¡Levántate mi tierra! ¡Betulia la sucreña!
Tu meta no es pequeña, tu pueblo en unidad…
Construye el gran mañana con que tu joven sueña:
¡Justicia y vida plena, cultura y libertad!

Autor: Nabonazar Cogollo Ayala