UN EPISODIO DESCONOCIDO DE DON QUIJOTE
CONTRA LOS MOLINOS DE LA MANCHA
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Y don Alonso Quijano iba aquella mañana por la llanura de Montiel bajo
el beso susurrante de la brisa del otoño, acompañado por el buen mesonero Sancho
Panza. Freston lo miraba entre las frondas de la arboleda circundante,
invisible siempre invisible. Sus dedos de gélido aire agitaban las copas y su
sibilina voz conquistaba las alturas, profiriendo amenazas contra el caballero
de la triste figura.
-¡Morirás sucio y macilento
caballero! ¡Morirás!
-¡Oíd Sancho! Oíd lo que dice
ese malnacido hechicero en mi contra… ¿Lo podéis oír?
-No mi señor Quijano, eso que
vos oís no es otra cosa que la voz del viento entre pinos, sauces y cipreses…
-¡A fe mía que, no te lo digo!
Es más poderoso que el mismísimo mago Merlín de Tintajil, más maligno que el Minos de los círculos del
infierno dantesco y más perverso que Barrabás el hebreo.
-No entiendo nada de todo eso
que decís; yo solo os digo que esos susurros son solo viento, nada más.
-Mirad, mirad ahora como ha
metamorfoseado en la haz de la llanura a los árboles en gigantes desaforados
que se dirigen amenazantes hacia nosotros, Sancho… ¡Mirad!
-Los vientos mueven las aspas
de los molinos de la región manchega, mi señor, dado que por aquí abundan en
gran número… ¡Vos veis lo que queréis ver!
Y una sonora voz de ultratumba se dejó oír en los confines de la mente
de don Alonso…
-A vos, triste y ralo
caballero… ¿qué os trae por los campos de Montiel?
-¿Y vos quién sois?
-El rey de los gigantes que
vuestra mente bien adivina en los molinos de la Mancha… ¿Hacia dónde corréis ahora
a galope tendido? ¿Y quién es ese pintoresco personaje que a lomos de jaca
viene tras de vos como alma que lleva el diablo, lanzando gritos e
imprecaciones?
El viento mesaba los hilos de plata de la frente de don Alonso.
Rocinante exhalaba sus últimas fuerzas corriendo en dirección de los molinos…
-¡Voy contra vosotros,
denodados hijos del Averno! Criaturas maléficas hijas de las artes hechiceras
de mi archienemigo Freston… ¡Ea Rocinante! ¡A contra ellos!
-Ja que me haces reír, viejo
enjuto, seco de carnes y de caletre… Nada
contra nosotros podrás, somos veintenas que forman centenas… Surgimos del
mismísimo Tártaro… ¿creéis acaso que contra nosotros prevalecerás? ¡Ni Urganda
la del Amadís derrotarnos pudo! ¿Creéis acaso que podréis vos, con tan escasa
fuerza y a lomos de tan escuálida cabalgadura? Ha mucho que dejasteis de ser
fuerte, no pretendáis en el cenit de vuestra senilidad derrotar a los señores
del abismo…
Y los gigantes movían ahora sus enormes brazos al vaivén de la brisa otoñal.
La impresionante visión avivó aún más la imaginación de don Alonso quien veía
ahora al propio Arcalaús el encantador venir a su encuentro, mostrando unos amarillentos
colmillos en una boca desmesuradamente abierta, como la entrada llameante del
infierno.
-¡Contra vos iré, malnacidos
hijos del encantamiento de Freston! ¡No os temo!
Y las enormes garras de Arcalaús izaron por los aires a Rocinante y a su
intrépido jinete, quien intentaba lancearlo sin mucha suerte. Las sonoras
carcajadas de Freston resonaban ahora hasta los centros mismos de la tierra,
que parecía conturbarse rabiosa…
-Don Alonso que no lo hagáis… ¡Deteneos,
deteneos! Son solo molinos…
-Dejadme Sancho, dejadme… que
toda esta inenarrable aventura sea por el amor de la sin par Dulcinea del
Toboso, mi amada señora…
Y aquellas enormes manos estrujaron al flaco caballero como si de un
pelele se tratara, para luego zarandearlo y lanzarlo por los aires. Hubo
traquetear de huesos, costillas partidas y muelas saltadas de sus encías. Pero
sobre todo, un abultado ego maltratado y mal herido. El ideal de las causas perdidas se había
estrellado una vez más contra la febril ilusión de los monstruos feroces que
contraatacan sin tasa ni medida. La idea abandonaba una vez más su nicho
romántico para afrontar los duros golpes de la postmodernidad galopante, de la
realidad insensible. Idea que abandona
su ser de sí para estrellarse alocada contra los muros de la infamia, el desdén
y la desdicha de un mundo convulso que
procura su autodestrucción. El denodado
orate de los ideales, las artes y las humanidades, persigue las voces de su
delirio al lanzarse contra el feroz ataque de la tecnocracia en ciernes que
tecnologiza y zahiere, con los terribles encantamientos de las facilidades de
la vida, que a la larga llenarán sus bolsillos de oro. ¡Ah don Quijote, don
Quijote! Ciertamente que no has muerto, pervives en los que creemos en los
valores significantes de la existencia humana.
01/05/2016