Acerca de mí

Mi foto
Escritor, investigador y humanista colombiano, con estudios en filosofía. Fomentador de los cánones clásicos de la poesía española e hispanoamericana, en un sano marco de patriotismo colombiano y latinoamericano.

domingo, 20 de noviembre de 2016

LA PLAYA DE BELÉN ES UN PARAÍSO (Poema) Por: Nabonazar Cogollo Ayala


LA PLAYA DE BELÉN ES UN PARAÍSO
(Poema)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala

Entre altivos estoraques cincelados por el viento
Donde Dios copió en la piedra la poesía del edén…
Vio mi ser la luz primera y el más puro sentimiento
Me brotó en el alma entera por la Playa de Belén.

Fue comarca de aspasicas, aratoques, peritamas…
Pueblos recios de esta tierra que asombrara al español.
El cacique Patatoque gran señor de las sabanas
Defendió con valentía su labranza bajo el sol.

En el siglo diecinueve dieron vida al gran poblado
María Claro, Jesús Rueda, don Tiburcio y Vega Juan.
Construyeron blancas casas junto al templo consagrado
¡Y el Señor de las alturas les bendijo el santo afán!

En la historia de la Playa los momentos se entrelazan,
Le rindieron tutelaje desde Ocaña hasta Mompox.
Y al hacerse municipio las banderas se desplazan
De Aspasica hasta esta tierra que levanta nueva voz.

En la Playa todo es bello, lo dijeron los poetas
Que cantaron en sus versos el encanto de su luz.
Desde el cerro Los Cristales a sus plazas y piletas…
¡Todo es nítida alegría como el Alto de la Cruz!

Hoy mi amada patria chica es el lucero de mi Norte
Que le muestra al mundo entero la hermosura de su ser.
Y el valor de los playeros, con su digno y firme porte
¡Le construye un gran mañana con patriótico deber!

Los cultivos de mi tierra y sus manjares de dulzura
Son orgullos de esta raza que levanta el pabellón.
¡El más bello monumento de Colombia es su figura,
Cuyo ambiente del pasado trae la paz al corazón!

Resultado de imagen para LA PLAYA DE BELEN


miércoles, 16 de noviembre de 2016

¿Y QUIÉN ES EL NABO COGOLLO? Por: Nabonazar Cogollo Ayala

NABO COGOLLO GUZMÁN JOVEN (17 AÑOS APROXIMADAMENTE) LA FOTOGRAFÍA SE DATARÍA EN CARTAGENA (BOLÍVAR) EN EL AÑO 1952, MISMO AÑO EN QUE SE CREÓ EL DEPARTAMENTO DE CÓRDOBA.
NABO CURSÓ PARTE DE SU BACHILLERATO EN EL COLEGIO SAN PEDRO CLAVER DE LA CIUDAD HEROICA.
¿Y QUIÉN ES EL NABO COGOLLO?
Por: Nabonazar Cogollo Ayala


Tiene bella estampa, brioso pico estirador
Como son los gallos y pollos de Cereté.
Y yo lo puse "El Cordobés"; Nabo Cogollo bien lo suave…
Que cuando pica a un pata suave,
Sangre en la valla ven correr.

(El Cordobés – de Adolfo Pacheco Anillo)

Cada canción vallenata obedece irrestrictamente a una circunstancia concreta, a una situación jocosa o a una anécdota que le dio vida. Con el paso del tiempo todo ese universo subrepticio que da vida y dota de sentido pleno y vivencial a la creación en cuestión, se pierde; y con ello se pierde una parte sustancial de la canción en tanto unidad significativa. Eso ha sucedido con centenares de creaciones vallenatas que luego de diez, quince, veinte o más años, se continúan cantando sin que las nuevas generaciones entiendan del todo a qué hacen referencia sus textos exactamente. Hoy en día la canción El Viejo Miguel, compuesta por el sanjacintero Adolfo Pacheco Anillo en honor de su señor padre, mete en serios aprietos a los vallenatólogos, cuando a alguien se le ocurre preguntarles, ante la estrofa que dice:

Se acabó el dinero,
Se acabó todo…
¡Hasta El Currufero!

¿Qué es eso de Currufero? ¿A qué se refiere eso? Un apreciado amigo mío,  antiguo compañero de colegio y oriundo de Curumaní (Cesar), que vive en el Valle, el publicista Carlos Julio Daza Boom, sostenía alguna vez en amena tertulia coloquial bajo de uno de los emblemáticos mangos de Valledupar, la siguiente tesis interpretativa:

  • ¡Eso ahí no dice Currufero! Lo que dice en realidad es Gurrupero. Un gurrupero es ese apero que se le coloca a los caballos y a los mulos en la cola, para ayudar a sostener la silla. Lo que quiere decir es que se acabó todo lo que sostenía un buen nivel de vida, al decir de Adolfo Pacheco…

Mi padre el antiguo caballista y gallero conocido en la región cordobesa como el Nabo Cogollo, y que en la década del ochenta fuera denodado mecenas de algunos juglares vallenatos, me sacó de la duda, con toda la autoridad que le da haber sido amigo personal de Adolfo. Dice él:

  • No hombre, la expresión correcta es El Currufero. Un hombre currufero llaman en el departamento de Bolívar a un hombre brioso, contento, alegre y dicharachero. Así se llamaba el bar que tenía en San Jacinto (Bolívar) la familia de Adolfo y que el viejo Miguel  Pacheco vendió, una vez que se quedó viudo, para irse para Barranquilla con una mujer mucho más joven que él. Eso fue lo que inspiró la canción El Viejo Miguel.   

MI señor padre fue cantado o mencionado en más de una canción vallenata, aun desde los años setenta. Hoy quiero hablar de una de ellas, el conocido paseo de Carlos Huertas, titulado Tierras del Sinú. Con esa elevada y poética musa creativa que caracterizaba al Cantor de Fonseca, se creó algún día en Valledupar, al calor de unos cuantos rones y de un par de guitarras empeñadas en una tienda cercana, la susodicha canción; con la que Carlos Huertas cobraba una vieja cuenta a unas personas en Cereté (Córdoba). El texto completo de la canción es el siguiente:

TIERRAS DEL SINÚ
-1-
Compadre Poncho dígame cuándo se va
para esa tierras ribereñas del Sinú...
Para mandarles recuerdos y gratitud
A unos amigos que yo tengo por allá.

-2-
Esto no es cumplimiento ni es deber...
le aseguro que es tan sólo cariño.
Me saluda a Rodrigo Argel
Hombre que es muy decente y buen amigo.
Y me le dice que lo quiero ver
Para que vuelva a parrandear conmigo.
-3-
A Nando Otero le voy a mandar una carta
Pero parece que le voy a causar molestias
Porque usted sabe, como yo, Poncho Zuleta
Que ese palomo no se consigue en su casa.
-4-
Pero me lo saluda sin embargo
Y eso lo hace uno cuando aprecia...
Le dice que el Cantor de Fonseca
Por todo Cereté lo fue buscando.
Hombre y se me antoja que me lo negaron...
Si me equivoco usted me le dispensa.
-5-
Y me le dice que vivo pendiente a todo
Y que yo canto porque mi vida es cantar.
Compadre Poncho dígale a Nabo Cogollo
Ay que me espere para el otro Festival.
-6-
Dígale que todavía me acuerdo
La noche en que le canté a su familia.
Dígale que me guarde un recuerdo...
¡Que me prepare pues la bienvenida!
Y que no resulte como la novilla
Que me ofrecieron Ramos y Nando Otero.

¿Qué inspiró esta canción? Mi padre por estos días anda convaleciente luego de una intervención ocular, a sus setenta y un años. Trataré de ser lo más fiel posible a sus palabras. Él me refirió lo siguiente:

Cualquier día -por allá hacia 1980- estuve en el Cesar, por la Loma y Becerril. Y me vi con Poncho Zuleta en Valledupar y con Carlos Huertas. Poncho me dijo que ya casi tenían listo el último longplay que iba a salir al mercado, pero que les hacía falta una canción. A mí se me ocurrió decirle al compadre Carlos que tarareara un canto nuevo, mandándoles saludos a los ganaderos cereteanos que se le habían escondido, la última vez que él había ido. A Carlos Huertas le sonó la idea y luego de haber mandado conseguir unas guitarras en una casa de empeño cercana, él empezó aquello de…

Compadre Poncho dígame cuando se va…

¿A qué se refería este paseo? A que en cierta oportunidad Carlos Huertas había visitado la algodonera ciudad de Cereté, en el Medio Sinú, centro industrial y algodonero por excelencia, en el departamento de Córdoba. Allá amenizó varias fiestas y parrandas con su guitarra y conoció a ganaderos y hacendados de la región como Hernando (Nando) Otero, José Miguel Ramos y Rodrigo Argel –a quien popularmente llamaran con el apelativo cómico de “Perico Fino”, entre otros. Carlos Huertas andaba pobre de reales y ante la expectativa y la promesa que entre todos aquellos pudientes asumirían el costo de su estadía y alimentación, el hombre se alojó en un hotel cereteano. José Miguel Ramos y Nando Otero se comprometieron en regalarle una novilla de sus hatos ganaderos.  Lo cierto es que todo se quedó en palabras y promesas hueras y el único que salió al frente de la situación fui yo, quien pagó la cuenta del hotel de Carlos, y además de eso le obsequié dinero para su regreso.

Cuando Carlos los iba a buscar a sus fincas, se le escondían y se le mandaban a negar. Por eso la oportunidad que le daban los hermanos Zuleta era de oro: el afamado compositor iba a cobrar una vieja deuda a todos aquellos falsos amigos, y así fue. Por eso aquello de…

A Nando Otero le voy a mandar una carta
Pero parece que le voy a causar molestias
Porque usted sabe, como yo, Poncho Zuleta
Que ese palomo no se consigue en su casa.

Pero me lo saluda sin embargo
Y eso lo hace uno cuando aprecia...
Le dice que el Cantor de Fonseca
Por todo Cereté lo fue buscando.
Hombre y se me antoja que me lo negaron...
Si me equivoco usted me le dispensa.

Y hacia el final del texto Carlos me tributó un sentido homenaje de aprecio, al mencionarme muy especialmente…

Compadre Poncho dígale a Nabo Cogollo
Ay que me espere para el otro Festival.

Dígale que todavía me acuerdo
La noche en que le canté a su familia.
Dígale que me guarde un recuerdo...
¡Que me prepare pues la bienvenida!
Y que no resulte como la novilla
Que me ofrecieron Ramos y Nando Otero.

Esta fue, por consiguiente, la anécdota que dio vida a ese hermoso y sentido paseo en el que el Cantor de Fonseca estiló lo mejor de su musa creadora, en honor de mi natal tierra cordobesa; razón de más para tributarle un recuerdo de gratitud y cariño, con el alma de quien jamás olvida lo significativo e importante para el rico folclor vallenato.

nacoayala@hotmail.com
2007
NABO COGOLLO CON UNA DE SUS POTRANCAS  EN LA FINCA LA FLORIDA
AÑO 1985 APROX.






lunes, 14 de noviembre de 2016

SILVANO O EL JARDINERO DESLUCIDO (Crónica)

FAMILIA COGOLLO AYALA
De izquierda a derecha: Nabonazar Cogollo Ayala (pantalón rojo), Nabo Cogollo Guzmán, Isabel Ayala de Cogollo, Raul Enrique Cogollo Ayala, Consuelo Cogollo Ayala e Isabel Cristina Cogollo Ayala. Locación de la fotografía, finca LA FLORIDA, Cereté - Córdoba, 1980, aprox.
SILVANO  O  EL  JARDINERO  DESLUCIDO
(Crónica)

El año en que sucedieron los hechos que ahora voy a narrar no lo preciso, como quiera que yo aún ni siquiera había nacido –hecho último este que se produjo en el mes de julio de 1967-.

Conjeturo que la ocurrencia de dicho episodio se pudo haber dado a principios de la década de los sesenta, quizás entre los años de 1962 y 1964. En fin, como quiera que haya sido, yo desde los lejanos días de mi niñez me acostumbré a escuchar esta divertida anécdota de parte de mis padres y hermanos, cuando en las calurosas noches de marzo o abril, alrededor de una refrescante gaseosa común, la volátil y ágil mente de Papá evocaba aquel lejano suceso risible para exorcizar el fantasma del cansancio de la dura jornada del día y luego de referirla entre grandes aspavientos y actitud de circunstancia, lograr a voz en cuello un torrente de infaltables y diáfanas carcajadas.

¿Cuál fue el referido suceso? Es el siguiente, tal y como a mí me fue referido una y otra vez a lo largo de los ya lejanos días de mi niñez.

Mis padres luego de haber comprado la pequeña finca llamada La Florida, a orillas del viejo Camino Real que lleva desde la vereda de El Obligado hasta Cereté, pasando por las veredas de Rusia y Chuchurubí, se instalaron en aquella solariega y menuda casa, techada con palma amarga y graciosamente pintada con un pálido color celeste. Según Mamá nos refería el precio de aquella estancia campestre se había fijado en sesenta mil pesos, lo que implicó que ellos vendieran la finca Yarumal en la que anteriormente vivieran –en la vereda de Calderón- ; no obstante lo cual el dinero obtenido por dicha venta resultaba insuficiente. Ante dicha eventualidad debieron vender además una nutrida cría de cerdos y gallinas que poseían, para poder completar aquella suma que entonces era considerada fabulosa. Una vez instalados en la nueva casa, la dicha no podía ser mayor. El matrimonio contaba entonces únicamente con cuatro hijos, que en su orden eran los siguientes: Raúl, Álvaro, Consuelo e Isabel Cristina. El quinto y último de los hermanos –quien esto escribe- pasarían aún varios años para su advenimiento al mundo.

Mi Mamá era entonces una mujer ciertamente hermosa, de agraciados ojos color miel, piel blanca y estatura señorial, que frisaba los treinta años. Ella se dedicaba buena parte del día a los quehaceres de la finca, que iban desde el riego de las plantas ornamentales de aquel enorme jardín del frente de la casa, hasta el ordeño de las vacas y la elaboración del queso para el consumo de la familia durante la semana. Para efectos de ayudarle en tantas y tan disímiles tareas, mi padre determinó contratar a alguien que le aliviara al menos la carga que suponía regar, limpiar y podar aquel jardín –que ciertamente es el más grande que yo jamás haya visto en mi vida-. Fue así como llegó a nuestra casa un mucharejo de escasos quince años llamado Silvano, quien vivía en la vecina vereda de Rusia y llegaba al amanecer y se marchaba con los últimos rayos del sol de la tarde. Obediente y diligente el buen jardinero resultó de gran ayuda para mi atareada madre, quien además debía sacar tiempo para atender a cuatro inquietos y traviesos rapazuelos.

Cierto día Mamá recibió la visita de varias señoras de la sociedad cereteana, quienes pasaron todo un día entre las delicias del viento sabanero y el dulce zumo de las múltiples frutas que entonces la finca escanciara en abundancia. Encantadas con aquel paraíso campestre a escasos tres kilómetros de la cabecera municipal, las señoras se marcharon al caer de la tarde con la promesa de volver otro día acompañadas por lo más granado de la alta clase cereteana, con el fin de relacionar socialmente a mi madre, a quien veían sola y excesivamente aislada entre el quehacer diario de la finca. Y efectivamente así fue. Cierto día a media mañana un par de carros atestados de gente, señoras encopetadas, atildadas abuelas y niños correlones, hicieron su entrada estelar en el patio central de la finca. Vinieron los consabidos saludos, abrazos, caricias, apretones de manos y presentaciones formales. Aquel día prometía ser de lo más entretenido para visitantes y visitados.

La enorme visita se esparció a diestra y siniestra hasta los últimos rincones de la finca. Los chicuelos se adueñaron de la huerta de árboles frutales donde hicieron de las suyas, por cuenta de guamas, mangos, caimitos, naranjas y mamoncillos. Por su lado las abuelas y señoras se dividieron en dos grupos. Unas se deleitaban en escuchar el canto de los turpiales que mamá mantenía en la enorme pajarera empotrada en el suelo, que campeaba a un costado del patio grande. Mientras otras se sentaron en sendas mecedoras, a pierna cruzada, en la terraza lateral de la casa, para dar fresco y contentillo a los múltiples temas de conversación que entonces se hallaban en primer plano  en los mundillos sociales de Cereté y Montería.  ¡Ciertamente entonces la vida era hermosa y plena!

Al caer de la tarde los refrescos y manjares escasearon y de tanto hablar, fumar, reír y jugar naipes, la sed y el hambre volvieron a hacer de las suyas. ¿La solución? Mi papá vino en auxilio de la situación e hizo llamar al buen  Silvano a grandes voces para que con su consabida agilidad se encaramara en uno de los altísimos cocoteros que franqueaban la entrada a la finca y bajara el mayor número posible de cocos, cargados de dulcísimo y tierno manjar con su natural agua de refresco, para aplacar la creciente necesidad de hidratación de los múltiples invitados. Hasta ahí todo marchaba muy bien. Hizo Silvano su entrada triunfal en la terraza ante el grupo de señoras y causó admiración por su contextura morena y fibrosa, al igual que por su humilde indumentaria, compuesta por un grueso suéter de lana cruda y unos raídos pantalones de lona, mochos a media pierna y sujetos a la cintura con un cordel ordinario de pita de fique.

-        ¡Silvano! Súbete al palo de coco ese de más acá, el que está más parido. ¡Ve con las señoras! Para que ellas te digan cuáles cocos quieren…
-        ¡Sí Don Nabo!

Acto seguido y luego de atravesar el enorme patio de tierra apisonada, precedido por un nutrido grupo de mujeres entre jóvenes y viejas, Silvano escogió el árbol más cargado de frutos. Y sin mayores preámbulos inició su rítmico y formidable ascenso por aquel espigado y anillado tronco, haciendo gala de fuerza con sus musculosos y juveniles brazos. Es de anotar que el cocotero escogido por el jardinero era bien alto y llegaría quizás al límite de los diez o doce metros, como quiera que fuera uno de los más antiguos de la finca. Ello implicaba un esfuerzo fuera de lo normal para cualquier hombre –por joven o ágil que este fuera-. Y efectivamente quizás Silvano sobreestimaba sus fuerzas, porque lo cierto es que el ascenso del árbol le llevaría más tiempo y trabajo de lo que él en principio estimaba. Cuando el muchacho iba hacia la mitad del tronco de la gigantesca palmera, sus raídos pantalones no aguantaron más la estrecha tirantez a que habían sido sometidos y de un extremo hasta el otro se abrieron en una formidable ruptura que iba desde la bragueta delantera, pasando por las entrepiernas, hasta el hilo trasero de la cintura. Afín a la costumbre generalizada entre los campesinos sabaneros, el buen Silvano no admitía el uso de ropa interior como prenda de vestir. ¡Con sus pantalones gruesos de lona –pensaba él- era más que suficiente! Fue así como de buenas a primeras y ante la vista expectante de su nutrido auditorio femenino en tierra, el jardinero quedó a medio tramo del espigado cocotero, exhibiendo con claridad meridiana sus partes nobles, ante el asombro hecho malicia, la risa y la algazara de las señoras que no le quitaban los ojos de encima. Una de ellas solo atinó a decir…

-        ¡Ay señor! ¡se quedó encuero!

Azorado hasta el límite de la desesperación por la inesperada e incómoda encrucijada en la cual se encontraba ahora y agarrando desesperadamente con una mano lo que quedaba de sus raídos y rotos pantalones, Silvano optó por abandonar el ascenso y dejarse deslizar rápidamente por el tronco del cocotero. Ninguna de las encopetadas damas se movió de su sitio, como obedeciendo a un secreto impulso que las llevaba a olvidar el hambre y la sed que las habían acuciado minutos antes y a permanecer como clavadas en su sitio, para incomodidad del avergonzado jardinero.

Silvano llegó al suelo en cuestión de segundos, completamente desnudo de la cintura para abajo, sin que la cruel insistencia de la mirada de las señoras lo librara de la enorme vergüenza, que se traducía en su rostro en  insistentes oleadas de calor. Luego de dar un grito de desesperación, el mucharejo puso pies en polvorosa  y bajándose el suéter de lana cruda lo más que pudo para cubrirse, echó a correr por el camino de la entrada principal a la finca, rumbo a su humilde vivienda en la vereda de Rusia. Tras de sí solamente se escuchaba la barahúnda de carcajadas con que el grupo de mujeres celebraba la situación, tan divertida para ellas.

Aquél triste suceso pasó y de Silvano no se volvió a saber nunca más en la casa de mis padres, sólo que aquella tarde había decidido marcharse para siempre, por cuenta de la inusitada turbación de su espontáneo strip tease ante un respetable y encopetado grupo de señoras de la alta sociedad cereteana, crema y nata de los más depurados y encumbrados valores que la moral y las buenas costumbres suponen, en cualquier nación civilizada de la faz del viejo planeta tierra.

Nabonazar Cogollo Ayala
Marzo 19 de 2007.
Madrid (Cundinamarca)

HERMANOS COGOLLO AYALA
Aproximadamente 1963. Nabonazar, el último, aun no había nacido.

lunes, 7 de noviembre de 2016

EL VIEJO LAUREL DE LA CASA (Poema)

EL VIEJO LAUREL DE LA CASA
Por: Nabonazar Cogollo Ayala

El viejo laurel que se alzaba imponente
Al frente la casa de mis mocedades…
Era cual gigante de intrépida frente
Que el cielo arañaba con tibios cristales.

Su tronco robusto se abría en ramales
Que el cielo cubrían, con verdes doseles…
Sus barbas caían en vivos raudales,
Eran trazos suaves de finos pinceles.

Pepitas de dulce sabor le cubrían
De tiempos en tiempos…manjar de la oruga…
Que hermosa y terrible, en sus ramas hacían
Senderos en pliegues de savia y arruga.

Su tronco nervudo cubrían sus barbas
Que en torno formaban urdimbre apretada.
Hamaca encendida de vida entre garbas
¡Cual malla que al tronco se admira aferrada!

La brisa de octubre le azota impulsiva
El viejo laurel no se inclina un instante…
Se muestra severo, sus hojas de oliva
Le arropan cual túnica tersa y brillante.

Cuando yo era niño oculté entre sus troncos
Un bello guijarro que hallé en los jardines.
Los troncos más fuertes se hicieron y roncos,
La piedra abrazaron cual dos serafines.

El árbol creció más y más, desafiante
La piedra fue suya en su fina madera…
También yo crecí, mi secreto de infante
Con él compartí de escondida manera.

Un día mi padre decide cortarlo
El hierro lo abate con cruel insistencia…
Él, firme y altivo, parece notarlo
Cual recio gigante de fiel resistencia.

Su copa mantiene hasta verse vencido
El noble coloso de los tiempos recios.
Su tronco hecho añicos se mira esparcido
En la verde alfombra de los hombres necios.

Busqué en su madera de aroma y de brillo
Aquella piedrita que yo le incrustara…
Cuando era un chicuelo, me armé de un cuchillo
Y al punto brotó como un sol  de Carrara.

Mi amigo de niño, laurel de mis días
Cuánto yo jugué entre tus troncos y ramas…
Lloré al verte muerto, con melancolías
¡Eras el guardián del jardín de las lamas!

Hoy te hago una alfombra de bellas palabras
Quizás tú te halles en el cielo arbóreo…
Los años pasaron, recuerdos tú labras,
Cual fina estatuaria de rostro marmóreo.

Un día no lejos iré donde estabas
Y una rama verde de ti he de traerme…
Pues quiero que vivas en la verde estancia
Y verte crecer y en tu cielo perderme.

Madrid (Cundinamarca)
Marzo 8 de 2015 




domingo, 6 de noviembre de 2016

ALTER EGO (Cuento) Por: Nabonazar Cogollo Ayala

Resultado de imagen para alter ego
ALTER EGO
(Cuento)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala

Cuando al fin se levantó aquella horrorosa tapa que me mantenía encerrado, le pude ver el rostro, era un niño. Decepción. No quería ni esperaba un chicuelo, pero bueno, al fin algo era mejor que nada. Salí de aquella temible prisión, al principio tímidamente y luego empecé a expandirme aunque no mucho. Sentí el cosquilleo de su mirada, de su lectura, de su búsqueda quien sabe de qué. Jirones de mí se adentraban en su joven e inexperta mente. Pero yo seguía intacto, aun no lograba aprehenderme. Horror. Qué desperdicio, los minutos transcurrieron y apenas sí lograba entreverme en la maraña de palabras. Me agité entonces, me moví en distintas direcciones,  grité, pero capas y capas me cubrían, me aplastaban. Yo seguí allí, inerte. Me fastidiaba no lograr ser descifrado, ser interpretado; y tener que conformarme con una lectura a vuelapluma, que me cercenaba, que negaba mi propio e íntimo ser, del cual me enorgullecía. Aquel que me insuflaba mi genuina existencia. ¿Sería que ni siquiera mi físico estrafalario tocaría aquella frágil conciencia? ¿Ni siquiera mi crispada y arrebatada inteligencia? ¡Cómo saberlo si el secreto mar de sus intenciones me estaba vedado!  ¡Cómo adivinarlo siquiera! Yo seguía allí y la celulosa se cernía una y otra vez sobre mí. Años habían pasado para llegar a este momento y ahora que había llegado, la más amarga de las frustraciones parecía ser su epílogo. Al principio oscuridad, ácaros y esporas. Ser devorado lentamente por el polvo, el viento y el olvido. Movimientos inusuales de tanto en tanto, trapos apestosos y una que otra caída estrepitosa. Haces fugaces de luz. Luego, oscuridad total. Vuelta a empezar. ¿Y qué decir de mi hálito? ¡Nada! Si nadie llegaba, poco habría de esperar que mi ser se desenvolviera, que se manifestara en todo lo que tenía para dar. Pero ahora estaba ahí, entronizado, ocupando un sitial de honor  a la luz de una vieja lámpara de neón. Eso ya era mucho decir luego de tantos años de abandono.  Solo que la experiencia no era la mejor.
-¡Lárgate estúpido! Lárgate y déjame donde estaba. Tu escuálido cerebro es impotente para extraerme y hacerme brillar con luz propia.
Impaciencia, ira, rabia. El día ya se acababa y la noche marcaba su fin, con ella llegaría también el fin de mi efímera experiencia.
-Se ve como interesante pero qué mamera mamarse todo esto para ver en qué acaba…
Un juicio trémulamente expresado, pero… ¿sobre qué? ¿acaso sobre mí? Un torpe juicio. El todo no se reduce a una de sus partes. Tampoco una parte hace al todo. Incertidumbre. Mi alter ego me decía…
-No lo juzgues tan duro, salta aquí y salta allá como una cabra porque al fin y al cabo eso es lo que es, una joven cabra. No le pidas peras al olmo…
-¿Pero acaso no me doy abasto a mí mismo para que al menos logre intuirme?
-Es evidente que no. Te noto herido en tus sentimientos.
-No te lo niego, pensé que mi sola presencia de ánimo era suficiente al menos para no pasar desapercibido. Pero jamás pensé en un lego. 
Mi yo más escéptico se reía de estas candideces y a oscuras en un rincón solo atinó a balbucear en un tono de punzante ironía…
-El mundo te quedó pequeño, insuficiente para tu grandeza inefable. El rasero que te mide 
ahora son los ojos de un chico. No pidas ni esperes más. Tu candidez me mata. 
-¿Cómo te atreves a decir eso? ¡Yo soy yo!
-Pues lo serás, pero acabas de ser ignorado. No lo niegues…
-¿Y eso te parece normal?
-Pues no lo será si es lo que quieres que diga, pero es lo que acaba de suceder. Yo no lo 
decidí.  Tu yo se resiente, no me eches a mí la culpa.
-¡Miserable!
-¡Cándido!
-¿Cómo te atreves?
-¡La verdad no admite autoridad, mi amigo! Feliz noche, con todo lo que ello para ti implica.
 
Mientras tanto, ajeno a esta pequeña batahola del espíritu, el gañán proseguía su labor con 
un aire entre fastidiado y resignado. ¿Cómo habría de apercibirse del enfrentamiento entre 
mis distintos yoes?  Algo me servía de consuelo, no había gráficas distractoras y eso ya era 
un indicador a mi favor. Lo que fuera que lo mantuviera ahí, emanaba directamente de mi o 
al menos de las fíbrulas de mi existencia. Eso dejaba bien parado mi ya maltrecho ego.  
 
-Nada de acción… ¡Esto si está más aburrido que un radio sin pilas!
-¿Cómo se había atrevido a hacer semejante aseveración? ¡Ruin, atrevido! Si pudiera le 
doblaba el pescuezo, pero la verdad es que no puedo.
 
Yo había sido delineado por un maestro, el dador de mi existencia toda, quien me había 
dotado de cuerpo físico, conciencia propia, ánimo determinativo y férrea personalidad. 
Simbiosis de cristal y hierro. Pero ahora todo se reducía a palabras, espíritu yerto en la 
oquedad de la materia. ¿De qué sirve la más preciosa perla sin el pescador perlero que la 
extrae de la madreperla y la valora en todo lo que ella vale? Y eso era yo en ese momento, 
una maravillosa perla sepultada en el confín negro de la inmensidad, ignorada por un buzo 
inexperto y torpe. La materia contingente era mi cárcel y la inexperiencia de aquel que 
habría de extraerme, era mi ruina. Desdichado. Subvocalización, ojos extraviados, a la final 
nada. Cuando la nada se impone al todo, la nada es la norma y eso tal cual era lo que yo 
ahora vivía. 
 
Mi inteligencia se nutría de aguda psicología del individuo. Mi juicio penetrante era como un 
escalpelo quirúrgico, que penetraba los intersticios del alma humana, aun de la más reticente. 
Freud había sido mi inspirador. Me habían dotado con un cuerpo cuarentón, aire desgreñado, 
barba de varios días y carácter irascible. La atemporalidad era mi impronta.  Un dedo untado 
de saliva. Nada, fue falsa alarma. 
 
Prosigamos…
 
Una mirada escrutadora hurga intempestivamente en mí y me hace sentir cosquillas… 
¿será posible? Unos ojos inquisitoriales me absorben y empiezan a comulgar de algún 
modo conmigo. Dejo de ser yo en la periferia para empezar a ser yo en el centro. 
Me abandono de mí en la negación, para reincorporarme en mi afirmación. 
Me desdigo de mi juicio inicial. Ahora estoy frente a frente con esos enormes y agraciados 
ojos avellana, que me observan como a un conejillo de indias. Retrotraído de repente de la 
oscuridad a la luz.
 
-¿Conque ese eres tú, ah? No te me ibas a escapar, qué te creíste…
-Te mal juzgué, no lo niego, pero aún conservo unos reparos…
-¡Qué feo eres! Parece que nunca te bañaras…
-Así me hicieron, no me juzgues a mí sino a mi creador.
-¿Y quién es?
-Lo ignoro, se debate en el anonimato. 
-¿Por qué te habrá hecho así?
-No me lo preguntes a mí, eso tú lo debes averiguar. 
-Eres de piel cobriza y adivino por ahí unas negruras en tu alma…
-El alma de los hombres por naturaleza es mala, tiende a la lujuria tan pronto la primera 
oportunidad se les presenta. No le hace que se trate de hombre o de mujer. La pulsión 
sexual los guía. 
-Algo de eso he comenzado a experimentar…
-No es necesario que me lo digas, lo adivino, como tú debes adivinar el resto de mí…
-Fumador compulsivo, una mediana formación libresca, jugador y apostador de tarde 
en tarde y una que otra aventurilla amorosa, echada ya en el olvido, con las consecuentes 
secuelas de sudor salobre en la piel. Las mentiras y un ego abultado te son consustanciales. 
Espejo.
-Me asombras, mozalbete… ¿Quién te ha enseñado todas esas cosas? No me digas que la vida. 
No has vivido mucho.
-Ser joven no implica que no se haya vivido. Hay gente que ha vivido mucho con nulas experiencias. 
Son como viejos y nudosos árboles, encerrados entre las paredes de roca de un avejentado cañón de madre seca. 
-Uf, el gañán experimentado…
-No me irrespetes, te digo algo de mí sin exponértelo todo. Guárdate la ironía así forme parte de tu ser de ti. 
-Difícil. No le pidas al sol que no alumbre y que no ciegue con sus rayos.
-Yo digo lo que veo y como lo veo, la franqueza es mi enseña. Ojalá ello no te incomode.
-Nos entendemos, hijo.
 
Y empezó el diálogo franco y directo, de tú a tú, de alma a alma, de ojos a ojos. Intuición versus experiencia, 
juventud versus veteranía. Yo me nutrí de él y él se nutrió también de mí. Ser que se subsume en otro y viceversa. 
Los momentos más significativos y que ahora puedo recordar, fueron los siguientes…
 
-¿Qué función cumples en tu mundo, hombre barbado y maloliente?
-Descúbrelo tú…
-No veo aún tu mundo, si es que se le puede llamar mundo a esa habitación destartalada 
que veo al fondo, con una cama desarreglada y un estante con libros enmohecidos, que 
prometen estar llenos de hongos y esporas, en medio de esa indócil humedad circunvalante.
-¿Solo eso ves? Esos enormes ojos avellana deben ir más allá de lo inmediato.
-Unos afiches, Marilyn Monroe, Jah, Charlot, The Wall
-El mundo eres tú mismo transmutado en cosas, música, usos y costumbres y unas situaciones… 
Sigue escrutando, pescador perlero…
-Vienes muy afín con ese tu hábitat. Adivino bajo tu colchón unas cuantas revistas Playboy…
-Freud.
-Noches de insomnio, aguadas con un poco de brandy y evadidas a través de una diminuta 
ventana cercana al viejo cielorraso descolorido, con un poco de otras cosas. ¡Pobre de ti!
-¡Escruta!
-Cannabis sativa de noche en noche y la posibilidad de evadirte a través de ese ventanuco, 
hacia el aquelarre de tus más negras represiones mentales. Pocos baños, una hirsuta barba 
con pelos como alambres y cabello ralo en la cabeza. Eres a tu mundo de recuerdos, de pesada 
atmósfera y de secuelas de esperanzas muertas; lo que un erizado cactus del desierto de Sonora 
es a su enjuto y desolado universo. Una solitaria piedra en la inmensidad aislada.
-No todo es malo… 
-Ah sí, unos viejos retratos sobre la mesa de noche. Un anciano, pretérito ministro del altar de tus 
recuerdos, tu padre me imagino. Y uno más pequeño, una niña… ¿acaso tu hija?
-Secretum meun mihi
- Otoñales vanidades de tu anquilosada formación escolar, interrumpida por cierto, 
pero te envaneces de ella. Veo que buscas renacer de la nada de tus días y de una 
vida frustrada, en medio de unos cuantos destellos de la luminosidad de lo que pudo 
haber sido y no fue.
 
¿De qué te crees, hombre añoso? De las experiencias de una vida poco agraciada, 
llena de abandonos y de soledades, salpicada por una que otra excepción a esta odiosa 
regla. Acaso crees que lo malo de tu vida deviene a la larga en lo bueno del saber que de 
ello se deriva. Cabello ralo y unas ideas ralas también. Poca lectura, mucha vivencia y un ego 
anonadante que te dicta lo bueno y lo malo, lo conveniente y lo inconveniente. Lujuria auto justificada,
 el torrente vuelve sobre sí mismo y deviene en remolino. Mente evadida que se lanza hacia el infinito 
de tu locura y tu éxtasis nocturno. 
 
Ahora mi dedo apunta escrutador hacia ti, ya he logrado aprehenderte, eso querías ¿no? pues ahí está. 
Tu líbido se cierne sobre ti, como una venus atrapamoscas lo hace sobre el insecto que activa el pelillo 
de su secreto mecanismo vegetal. Algo atrapaste… ¿qué? A ti mismo. Tus dedos se crispan, tu frente 
suda y tu alma busca en ti lo que no halló en otras almas. Marilyn te ayuda, sus labios carnudos algo en
 ti evocan. Bob Marly, Cannabis sativa, volutas de humo y movimientos frenéticos. El muro de tu soledad 
llega a su clímax.  Charlot te mira y se sonríe con una mueca irónica en su rostro de tonalidades grises. 
Al final nada. Todo y nada a la vez. Y vuelta a empezar, prosigues ahí, solo abandonado y yerto. 
El aquelarre llegó a su fin. Media noche y tú regresas a través del ventanuco, te incorporas lentamente en 
tu vieja cama. Aspiradora que se nutre de volutas enajenantes y del vahído de tu espíritu.  
A la final el mismo  cuerpo solo y avejentado.
 
-¿Quién eres tú en realidad? Me has desnudado.
-Te lo dejo de tarea.
-Te subestimé…
-Ya lo sé, ahora debo irme. Es tarde y pronto cerrarán este lugar. 
-No…
 
La tapa se cernió nuevamente y ahogó un grito. Unas cuantas esporas revolotearon en el 
ambiente. Oscuridad total y la consecuente negación de sí. Había cantado hasta media 
noche Woman no cry, ahora aquellas líneas me hacían evocarlo. Frenesí desbordado, todo  
había acabado. La crónica del chicuelo aquel fue interesante, aleccionadora, pero ya era 
tarde. Marqué la hoja donde quedé, fue la 17. Poco me gusta escrutar almas infantiles en 
diarios rosa ¿qué le pueden enseñar a uno esos gañanes inexpertos y sin oficio? Sirvió 
para evadirme un rato, al menos satisfice mi yo crítico, por un tiempo dejará de fastidiarme. 
No todo es Cannabis. 
 
Fue una aleccionadora y vivificante experiencia. Esto último es innegable, otro día proseguirá.
 
9 pm de cualquier día de 1980