Los colombianos tenemos muy arraigada
en nuestra psiquis colectiva la idea errada según la cual, todo lo que sea
extranjero encarna de alguna manera, lo más granado, lo mejor, lo más excelso y
lo más elevado en todos los órdenes; en abierta y clara antítesis con nosotros
mismos y con nuestras propias formas de cultura, las cuales tendemos a negar.
Los colombianos nos rendimos temblorosos en actitud idólatra ante todo lo que
sea norteamericano, japonés o de origen europeo. E inclusive, llevamos esta
manera enfermiza de ver lo foráneo, hasta el límite imperdonable de
exaltar naciones que poseen muchos menos méritos que nosotros mismos, como son
las naciones centroamericanas (cuyos niveles de atraso las sitúan en su
mayoría, con las excepciones de Costa Rica, Cuba y Panamá), unos cuarenta años
atrás con relación a nosotros.
Territorialmente hablando Colombia es
el cuarto país más extenso de la América del Sur, con un área de 1.148.748
kilómetros cuadrados, que la lleva a tener una superficie que duplica el
territorio de España o de Francia. Con la sola excepción de Rusia, Colombia es
territorialmente hablando más extensa que cada uno de los países de Europa, los
cuales poseen extensiones cercanas a las de Antioquia, el Valle del Cauca o el
Amazonas. Ecuador y Nicaragua, para poner solo dos ejemplos, se refieren a
Colombia como una de las naciones grandes del continente americano, lo cual es
cierto, dada la exigüidad territorial de esos países. Colombia posee la que se
considera la democracia más vieja del continente americano, porque a pesar de
sus múltiples problemas internos, el país ha vivido pocas dictaduras y las que
ha tenido no son equiparables con los violentos y dilatados periodos
dictatoriales que han vivido países como México, Chile o Venezuela.
Si bien es cierto que el país no
produce tecnología al nivel de Europa, Japón, China o los Estados Unidos,
lo que nos lleva a ser consumidores tecnológicos de primer orden. Ello no
implica necesariamente que debamos negar el ser de nuestra identidad nacional,
en aras de un ideal cultural alienante y falso que las potencias de primer orden
nos venden, a través de sus múltiples productos tecnológicos de consumo.
Nuestros jóvenes se obnubilan con los blackberries, los I Pods, I phones, etc.
Y acarician en su imaginario la esperanza no lejana de traspasar un día la
frontera para hacerse ciudadanos de la gran nación donde tales artefactos
electrónicos se producen y distribuyen. Cantos de sirena que embelesan a
nuestros muchachos, los cuales acaban sirviendo de mano de obra barata o
inclusive hasta gratuita, en estercoleros norteamericanos, fregaderos de
platos, aserraderos con altos niveles de peligrosidad, en prostíbulos e
inclusive, hasta en laboratorios de la gran potencia del norte, donde los
emplean como conejillos de indias para ensayar con ellos nuevos y desconocidos
medicamentos. Para el caso de Japón, el panorama es mucho más sombrío y
desolador. Nuestras muchachas más bellas son seducidas por galanes
encantadores, quienes inclusive llegan al límite de hablar con la familia de la
chica elegida, para que se le dé el permiso necesario con el fin de viajar a la
potencia del sol naciente, donde la esperaría un jugoso y multimillonario
contrato de modelaje. A manera de adelanto, le entregan dos, tres millones de
pesos en efectivo a ella y a su familia. Ante semejante expectativa el sí no se
hace esperar y la bella chica atraviesa el Pacífico, rumbo a lo que sería su
felicidad y el cumplimiento de sus grandes metas en la vida. Oh triste sorpresa
cuando al llegar se encuentra con que es recluida en un hotel, donde un
proxeneta le hace unas cuentas exorbitantes que sobrepasarían los diez, doce
millones de pesos, por concepto de adelanto de dinero, gravosos intereses,
tiquetes aéreos, documentación de la visa y pasaporte, etc. Conclusión: la
chica debe prostituirse para poder pagar toda esa impagable cuenta que crece
días tras día, por cuenta del uso de la habitación donde obligadamente recibe a
sus clientes, uso del baño, de la toalla, del jabón etc. Un informe del año
2005 sobre la trata de personas decía lo siguiente:
Se calcula que en Colombia hasta 50.000 ciudadanos colombianos trabajan
en la prostitución en el exterior, principalmente en Europa occidental y Japón;
muchas de estas personas son traficadas con el propósito de explotación sexual.
La trata interna de personas para explotación sexual es cuantiosa; las víctimas
son trasladadas de áreas rurales a las ciudades. Hombres adultos y niños son
traficados internamente para realizar trabajo forzado [1]…
No solamente hay esclavos sexuales de
origen colombiano en Japón. Se han reportado casos en Hong Kong, Puerto Rico,
los Estados Unidos, Rusia y hasta en Panamá y Perú, a escasos kilómetros de la
frontera colombiana, citando solo algunos ejemplos. Y aun así los colombianos
seguimos creyendo ingenuamente que lo extranjero es lo mejor y que de alguna
manea encarna el culmen de nuestra mismidad y de nuestra propia realización
como personas.
Los colombianos somos un pueblo
honesto y trabajador, estudioso como el que más, con grandes retos históricos
por superar como cualquier pueblo del planeta tierra. Buscar en el extranjero
lo que nosotros mismos no nos procuramos por algún medio, nos hace ser
vulnerables ante el hampa internacional que mira con codicia nuestros jóvenes,
mujeres y niños para sus propósitos delictivos. Debemos educar a nuestros
jóvenes y niños en la idea de que somos el primer pueblo del mundo, no el
último o el penúltimo, porque ello nos niega de base y nos lleva a renunciar
voluntariamente al lugar pleno que nos corresponde en la historia de la
humanidad. No se trata de neo nazismo criollo ni de falso nacionalismo, no. Se
trata de ser más nosotros mismos y de ser menos lo que los extranjeros quieren
que seamos. Se trata de ser más auto determinativos y menos dependientes, menos
exo determinados. Los colombianos, igual que nuestras esmeraldas, somos únicos
en el mundo y debemos demostrarlo de la mejor manera posible.
NABONAZAR COGOLLO AYALA
nacoayala@gmail.com
[1] LA TRATA DE PERSONAS UN
ASUNTO SERIO. En: Periódico Amigo. Medellín
(Colombia), mayo de 2005. Fuente: Gobernación de Antioquia.