Gaia
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
“Solo
la verdad triunfa”
(Vedas)
Suena en la
arboleda aquel cantar de vieja data
entre el mi
bemol de un mundo de vibrantes cantilenas
entre nítidos
gorjeos de unas aves migratorias,
y una tierra
que renueva sus destellos en la aurora
que renace de
un pasado ante el embate de los tiempos.
I
Madre Gaia,
madre buena
que arropaste
entre tu manto los senderos y el vibrante manantial de la montaña
entre el
cántico y la brisa que conduce fumarolas de los géiseres
más allá de
donde la vista difumina los alcances del otero
entre el haz
de la llanura donde el búfalo mugidor apacentaba;
entre islas
modeladas por deidades legendarias
o en las cimas
montañosas de señores de inasible procedencia
que horadaban
el ombligo de la cósmica serpiente.
Madre Gaia,
madre buena, Gran Serpiente, Pachamama…
dios del sol o
diosa luna, diosa madre, Bachué o Chiminigagua…
Unas aves esplendentes
se formaron y salieron del volcán de tus entrañas
y esparcieron
la luz blanca de tu cuerpo por doquiera
y la tierra se
hizo tierra y del agua salió el agua, surtidor hecho frescura;
del capullo
fue el capullo
y un jardín de
inflorescencias sus esencias más sutiles exhalaba…
y el incienso
fue tu aliento como el vaho de la anaconda
o la nítida
humareda de un volcán que regurgita fuego eterno
manantiales de
amatista fueron vida en la floresta
y el mundo se
hizo mundo y el océano fue una lágrima robada,
de esmeraldas
submarinas entre anémonas de seda…
Madre Gaia,
Yemayá de los yorubas, Mawu de las tierras africanas,
Amaterazu
entre el nipón o la Tellus del romano entre calendas y legiones…
Decantada en la
infinitud del tiempo que desanda
sus pasos
nuevamente una y otra vez en un ciclo que deslíe
los gránulos
de oro en la cratera del tiempo y el espacio.
II
Los hijos de los hijos del primate inteligente, autoconsciente…
de aquel que se recubre con la ínsita vergüenza
que amedrenta a los de su especie;
te han herido con el fuego de la industria desbordada,
con sus tristes fumarolas de fatídicos aromas
como incienso de altos hornos incensantes…
Madre buena,
madre pura, madre eterna Pachamama
y tus lágrimas
salobres cual cristales diamantinos
salpicados con
el fuel de las fábricas
que opaca tu
mirada centelleante entre las brumas
ha manchado la
tersura de la alfombra en tus boscajes
ha dañado
aquella atmósfera azulina de traslúcida crisálida
y la grácil
mariposa fue disuelta en su capullo primigenio,
por los ácidos
industriales que desecan
con la faz
tornasolada que es la muerte y da la muerte
y la etérea
mantellina la que ostenta cráteres impávidos en el rostro;
y el ozono se
adelgaza como la delgada capa del invierno se hace velo
sobre la faz de
las lagunas de Siberia o de la Columbia Británica…
Depredar y dar
la muerte
explotar de
manera inmisericorde a la naturaleza blanca;
es la norma
imperativa de la modernidad que avanza en su imparable cabalgata,
modernidad que
aduerme la conciencia de la vida
por la vida hacia
la nada, hacia la plástica apariencia,
posmoderna
vida nueva que emergiera tecnológica
proyectada al
más allá de la esfera de la tierra, madre tierra;
posmodernos
los desiertos que ahora crecen en sus dunas galopantes
bajo el manto
de la luna;
de una luna
que la observa con su fúnebre mirada,
de la plácida Selene,
la Selene de la hélade europea
o la Chía de
la sabana americana en las tierras prehispánicas del muisca;
o la Chandra
de la india en el Indostán de la madre Ganga
bajo el rayo
selenita sufre el alma de la tierra
con el lívido
gemido de una cría que se adelgaza;
Y el sollozo entre
estertores
no lo escuchan
los magnates de las fábricas insomnes
por su amor a
las monedas
el que
arrostra la sordera e insensatez en la conciencia.
III
La conciencia se revuelve sobre sí misma como un oso de la Antártida
y las voces se levantan con el grito ¡muere Gaia!
Pachamama hecha un ovillo entre los Andes lo repite
y sus dedos que se extienden a lo largo de la América sureña,
hoy se crispan en el gesto de anular la producción que contamina.
Diosa tierra,
padre y madre, que alimenta nuestro espíritu y esencia
hoy el mundo
lo demanda ¡no haya más lixiviaciones!
Que mitiguen
sus efectos los exostos y las fábricas humeantes…
la conciencia
no da espera y las especies hoy se extinguen
por la
ausencia de aquel mundo de su estancia primigenia
por la muerte
del embrión que se reemplaza por la semilla transgénica;
por la vida acomodada
al capital sin más conciencia
que la
acumulación salvaje de riqueza entre divisas y oropeles
que falsean el
estado de la tierra con imágenes falaces.
La fatal desecación de los acuíferos es muerte
y los bosques reducidos a desiertos son la vida desplazada
hacia un mundo que recuerda los paisajes de la luna
o del gran planeta rojo con llanuras calurosas…
La conciencia
no da espera, la conciencia de las verdes esperanzas
se renueva
como plántula que busca un mundo nuevo
en procura de
las brisas y la calidez deseada,
para así abrir
la corola de sus pétalos sonrientes
en un ámbito amistoso
con la Gran Madre Pachamama,
con Baiame de
las tierras australianas
o la Gaia del
heleno que respira con el hálito del mundo
o con Prithvi
la gran madre de las tierras de Bharata en la India milenaria.
La conciencia no da espera, la conciencia se hace verde;
el espíritu del mundo es el aire, es el agua, fuego y tierra,
en armónico equilibrio con la producción deseada
que respeta los paisajes y mantiene la arboleda
en la faz de Pachamama o de Gaia o de Parvati.
Esta fue la voz de la Gran Madre que vibró en los robledales,
en Northumbria y en Galicia con sentir de muchas almas;
y también en Suramérica y en las tierras del naciente
hasta el poniente y dondequiera que su voz sonora llega…
Quiera el
tiempo que la escuchen
y se vea
recompensada;
y su grito no
sea en balde
y sus ecos sean
caricia que despiertan las llanuras a la vida
con la magia
en la floresta que conquista a la conciencia,
con la magia
en voluntades que defienden la existencia,
con las manos siempre unidas por amor a ti, Gaia.
Noviembre 10 de 2024
Madrid – Cundinamarca
Colombia