EL JOVEN Y EL NAZARENO
(cuento
deontológico)
Por: Nabonazar
Cogollo Ayala
Aquel día Carlos Alberto se sentía particularmente
molesto contra el mundo, contra todo y contra todos… Sabía que había dado
motivos para la reprimenda, pero aun así se sentía maltratado y dolido…
Sus padres lo habían regañado fuertemente porque no
había cumplido con sus obligaciones estudiantiles como se esperaba de él y el
resultado había sido nota de insuficiente en 4 asignaturas y 2 más con nota
básica…
-¡Esto es intolerable! Le dijo su madre iracunda…
¿Por qué esos resultados tan mediocres cuando se te facilita todo para que
estudies y des lo mejor de ti mismo?
-¡Es que me dejan muchos trabajos y se me cruza el
tiempo libre con el entrenamiento de futbol!
-Excusas… Aquí en la casa no tienes que arrear
agua, ni ayudar con las labores domésticas ni partirte el lomo como un mulo
para traer la comida a la casa… ¡No! Todo eso se te facilita para que solamente
hagas una cosa, estudiar… ¿Y esta es la forma como nos pagas el esfuerzo tanto
de tu papá como mío?
-¡Sí, mami, yo sé! Pero es que…
-Pero nada… Siendo que todos en la casa giramos en torno a ti porque eres la gran ilusión de la familia, parece ser que no te has dado por enterado de que tienes que cumplir con unos deberes y unas obligaciones… Olvídate ya de esas cosas que tanto te gustan, por el momento, porque un comportamiento como ese no es justo con aquellos que estamos esperanzados en ti… ¡Hijo desconsiderado!
Aquellas últimas palabras retumbaban con fuerza en la cabeza de Carlos Alberto… Estaba sentido con sus padres. Sus sentimientos eran una mezcla confusa entre la vergüenza, la ira, la frustración y la sensación de que una terrible injusticia se estaba cometiendo contra él. Con lágrimas ardientes surcando sus mejillas, optó por no dejarse ver por sus padres, apenas si probar bocado en la noche y acostarse a dormir. Un pesado sueño lo dominó rápidamente y en su febril mente de repente las cosas empezaron a cambiar como él quizás nunca se habría imaginado. Un hombre joven de agraciado rostro moreno y ojos zarcos se le apareció en sueños para decirle…
-¡Hola Carlos Alberto! Entonces estás deprimido y
enojado por la reprimenda que tus padres te dieron por tu bajo rendimiento
académico…
-¿Y tú quién eres?
-Acaso no lo notas… pensé que me reconocerías, soy
Jesús el Nazareno, el hijo del carpintero José y de su esposa María, de la casa
de David…
-¿Tú eres realmente Jesús? No lo parece, te ves muy
normal para ser Jesús el Nazareno.
-He querido venir a compartir contigo unos breves
minutos de reflexión, porque pienso y siento que estás siendo demasiado injusto
y severo contra tus padres, en una actitud poco humilde.
-¡Ellos no me quieren! Solo me hablan es para llenarme de obligaciones y cosas que tengo que hacer…. ¡Nada más! La vida según ellos es reglas, y reglas y más reglas… ¡Ni siquiera ahora me dejan entrenar mis partidos de fútbol, que tanto me gustan! ¡Qué mamera de vida!
-¡A ver Carlos Alberto! Pienso que todas esas cosas
las dices para justificarte y sentirte bien contigo mismo, en medio de lo mal
que has hecho. Bien sabes que obraste muy mal… Tu alma se revuelve en tu
interior como una fiera herida. Calma esos sentimientos heridos y tratemos de
ver las cosas con mayor claridad y sentido de la razón y la proporción. ¡No
estoy contra ti y la verdad no creo que nadie lo esté!
-¿Ahora tú también me vas a sermonear? ¡Pues
gracias por la abundante comprensión que he recibido!
-La vida, apreciado Carlos Alberto, no se trata de darle gusto a lo que más nos gusta todo el tiempo… ¡Ojalá así fuera, apreciado niño! En la vida hay dosis de gustos y disgustos; de sabores y sinsabores. Y debemos aprender a aceptar con humildad y sabiduría lo que nos llega, así el alma por dentro se nos parta en mil pedazos. Es justo y preciso que los jovencitos como tú se formen para esa exigente y a veces incomprensible vida, para que no acaben poniendo su juvenil fuerza física y/o intelectual al servicio de otro que sí luchó por construir un sueño y hacerlo realidad. El tiempo es un preciado tesoro que día a día nos regala las joyas de los minutos y estos se van y nunca jamás vuelven. Y a su paso inexorable nos van haciendo cada vez más viejos.
-Sí Jesús, yo todo eso lo sé… ¡Pero es que mis padres no me comprenden! ¡Ellos solo exigen buenas notas!
-Mira Carlos, tú reclamas comprensión de unos
padres que lo dan y lo siguen dando todo por ti… Ellos esperan resultados, no
promesas fallidas que a la final son solamente palabras… ¡Hechos, no palabras!
Una pregunta… ¿Tú los comprendes a ellos? Debes entender que un jovencito no
piensa igual que un adulto que tiene la piel curtida por el trabajo, el
sufrimiento y la vida… ¡El joven quiere volar sin tener alas, porque todo lo ve
muy fácil! El viejo ya ha transitado esos caminos, tiene recortadas las alas y
hechas ahora a la medida de las realidades. Ya ellos volaron, ya fueron jóvenes
y ya se enamoraron e hicieron una vida. Tú apenas con tus pocos años de vida
empiezas a andar por ese sendero, cuesta arriba. ¡Es duro! Y si quieres que te
vaya bien debes prepararte y trabajar más duro todavía. ¡En ello no entran las
excusas ni las justificaciones! Cumples o no cumples, así de sencillo.
-Sí Jesús, yo lo sé… No trato de justificarme, sino
es que me da rabia que no me entiendan a mí también.
-Hijo, estás rodeado de amor, cariño y afecto por los cuatro costados. Pero que esto no te sirva para desconocer olímpicamente tus obligaciones… ¡Cumple con ellas, así te llegue el agua hasta el cuello!
Un grueso torrente de lágrimas surcó las mejillas
de Carlos Alberto, mientras bajaba avergonzado la cabeza, para murmurar…
-He sido injusto con mis padres… ¡Ellos todo me dan
y de mi lo esperan todo! Y me he convertido en un juez implacable y cruel que
los juzga, exigiendo todavía más… ¡Perdóname, Dios mío! Esto no volverá a suceder…
-¡Carlos Alberto ¡Carlos Alberto! ¡Levántate que ya es tarde! Tienes que bañarte para irte para el colegio…
Estas fueron las palabras de la madre al zarandear al chico que entre sueños parecía sonreír, mientras de los puntos lacrimales le salían unos hilillos de lágrimas…
-¡Mamá! ¡Mamá! Viejita adorada, perdóname… ¡Nunca volveré a ser altanero contigo ni con papá! ¡Seré el más humilde y obediente de los hijos, cumplidor de sus deberes y respetuoso como el que más!
Esto dijo el muchacho al tiempo que abrazaba emocionado a la madre y le besaba ambas mejillas con frenesí…
-¿Y ese cambio tan de repente? ¿Con quién era que
soñabas?
-Tuve un sueño maravilloso en el que Jesús me hablaba y me hacía ver las cosas como son… ¡Los amo mamá! Nunca más los defraudaré… ¡Ya verán!
Madre e hijo se fundieron en un tierno abrazo
mientras un nuevo y esplendoroso sol empezaba a bañarlo todo con sus rayos de
oro. El trinar de los pajaritos en la alborada parecía decir… ¡Carpe Diem! ¡El
tiempo marchado jamás vuelve!
Madrid (Cundinamarca), abril 10 de
2014
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