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Escritor, investigador y humanista colombiano, con estudios en filosofía. Fomentador de los cánones clásicos de la poesía española e hispanoamericana, en un sano marco de patriotismo colombiano y latinoamericano.

domingo, 6 de noviembre de 2016

ALTER EGO (Cuento) Por: Nabonazar Cogollo Ayala

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ALTER EGO
(Cuento)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala

Cuando al fin se levantó aquella horrorosa tapa que me mantenía encerrado, le pude ver el rostro, era un niño. Decepción. No quería ni esperaba un chicuelo, pero bueno, al fin algo era mejor que nada. Salí de aquella temible prisión, al principio tímidamente y luego empecé a expandirme aunque no mucho. Sentí el cosquilleo de su mirada, de su lectura, de su búsqueda quien sabe de qué. Jirones de mí se adentraban en su joven e inexperta mente. Pero yo seguía intacto, aun no lograba aprehenderme. Horror. Qué desperdicio, los minutos transcurrieron y apenas sí lograba entreverme en la maraña de palabras. Me agité entonces, me moví en distintas direcciones,  grité, pero capas y capas me cubrían, me aplastaban. Yo seguí allí, inerte. Me fastidiaba no lograr ser descifrado, ser interpretado; y tener que conformarme con una lectura a vuelapluma, que me cercenaba, que negaba mi propio e íntimo ser, del cual me enorgullecía. Aquel que me insuflaba mi genuina existencia. ¿Sería que ni siquiera mi físico estrafalario tocaría aquella frágil conciencia? ¿Ni siquiera mi crispada y arrebatada inteligencia? ¡Cómo saberlo si el secreto mar de sus intenciones me estaba vedado!  ¡Cómo adivinarlo siquiera! Yo seguía allí y la celulosa se cernía una y otra vez sobre mí. Años habían pasado para llegar a este momento y ahora que había llegado, la más amarga de las frustraciones parecía ser su epílogo. Al principio oscuridad, ácaros y esporas. Ser devorado lentamente por el polvo, el viento y el olvido. Movimientos inusuales de tanto en tanto, trapos apestosos y una que otra caída estrepitosa. Haces fugaces de luz. Luego, oscuridad total. Vuelta a empezar. ¿Y qué decir de mi hálito? ¡Nada! Si nadie llegaba, poco habría de esperar que mi ser se desenvolviera, que se manifestara en todo lo que tenía para dar. Pero ahora estaba ahí, entronizado, ocupando un sitial de honor  a la luz de una vieja lámpara de neón. Eso ya era mucho decir luego de tantos años de abandono.  Solo que la experiencia no era la mejor.
-¡Lárgate estúpido! Lárgate y déjame donde estaba. Tu escuálido cerebro es impotente para extraerme y hacerme brillar con luz propia.
Impaciencia, ira, rabia. El día ya se acababa y la noche marcaba su fin, con ella llegaría también el fin de mi efímera experiencia.
-Se ve como interesante pero qué mamera mamarse todo esto para ver en qué acaba…
Un juicio trémulamente expresado, pero… ¿sobre qué? ¿acaso sobre mí? Un torpe juicio. El todo no se reduce a una de sus partes. Tampoco una parte hace al todo. Incertidumbre. Mi alter ego me decía…
-No lo juzgues tan duro, salta aquí y salta allá como una cabra porque al fin y al cabo eso es lo que es, una joven cabra. No le pidas peras al olmo…
-¿Pero acaso no me doy abasto a mí mismo para que al menos logre intuirme?
-Es evidente que no. Te noto herido en tus sentimientos.
-No te lo niego, pensé que mi sola presencia de ánimo era suficiente al menos para no pasar desapercibido. Pero jamás pensé en un lego. 
Mi yo más escéptico se reía de estas candideces y a oscuras en un rincón solo atinó a balbucear en un tono de punzante ironía…
-El mundo te quedó pequeño, insuficiente para tu grandeza inefable. El rasero que te mide 
ahora son los ojos de un chico. No pidas ni esperes más. Tu candidez me mata. 
-¿Cómo te atreves a decir eso? ¡Yo soy yo!
-Pues lo serás, pero acabas de ser ignorado. No lo niegues…
-¿Y eso te parece normal?
-Pues no lo será si es lo que quieres que diga, pero es lo que acaba de suceder. Yo no lo 
decidí.  Tu yo se resiente, no me eches a mí la culpa.
-¡Miserable!
-¡Cándido!
-¿Cómo te atreves?
-¡La verdad no admite autoridad, mi amigo! Feliz noche, con todo lo que ello para ti implica.
 
Mientras tanto, ajeno a esta pequeña batahola del espíritu, el gañán proseguía su labor con 
un aire entre fastidiado y resignado. ¿Cómo habría de apercibirse del enfrentamiento entre 
mis distintos yoes?  Algo me servía de consuelo, no había gráficas distractoras y eso ya era 
un indicador a mi favor. Lo que fuera que lo mantuviera ahí, emanaba directamente de mi o 
al menos de las fíbrulas de mi existencia. Eso dejaba bien parado mi ya maltrecho ego.  
 
-Nada de acción… ¡Esto si está más aburrido que un radio sin pilas!
-¿Cómo se había atrevido a hacer semejante aseveración? ¡Ruin, atrevido! Si pudiera le 
doblaba el pescuezo, pero la verdad es que no puedo.
 
Yo había sido delineado por un maestro, el dador de mi existencia toda, quien me había 
dotado de cuerpo físico, conciencia propia, ánimo determinativo y férrea personalidad. 
Simbiosis de cristal y hierro. Pero ahora todo se reducía a palabras, espíritu yerto en la 
oquedad de la materia. ¿De qué sirve la más preciosa perla sin el pescador perlero que la 
extrae de la madreperla y la valora en todo lo que ella vale? Y eso era yo en ese momento, 
una maravillosa perla sepultada en el confín negro de la inmensidad, ignorada por un buzo 
inexperto y torpe. La materia contingente era mi cárcel y la inexperiencia de aquel que 
habría de extraerme, era mi ruina. Desdichado. Subvocalización, ojos extraviados, a la final 
nada. Cuando la nada se impone al todo, la nada es la norma y eso tal cual era lo que yo 
ahora vivía. 
 
Mi inteligencia se nutría de aguda psicología del individuo. Mi juicio penetrante era como un 
escalpelo quirúrgico, que penetraba los intersticios del alma humana, aun de la más reticente. 
Freud había sido mi inspirador. Me habían dotado con un cuerpo cuarentón, aire desgreñado, 
barba de varios días y carácter irascible. La atemporalidad era mi impronta.  Un dedo untado 
de saliva. Nada, fue falsa alarma. 
 
Prosigamos…
 
Una mirada escrutadora hurga intempestivamente en mí y me hace sentir cosquillas… 
¿será posible? Unos ojos inquisitoriales me absorben y empiezan a comulgar de algún 
modo conmigo. Dejo de ser yo en la periferia para empezar a ser yo en el centro. 
Me abandono de mí en la negación, para reincorporarme en mi afirmación. 
Me desdigo de mi juicio inicial. Ahora estoy frente a frente con esos enormes y agraciados 
ojos avellana, que me observan como a un conejillo de indias. Retrotraído de repente de la 
oscuridad a la luz.
 
-¿Conque ese eres tú, ah? No te me ibas a escapar, qué te creíste…
-Te mal juzgué, no lo niego, pero aún conservo unos reparos…
-¡Qué feo eres! Parece que nunca te bañaras…
-Así me hicieron, no me juzgues a mí sino a mi creador.
-¿Y quién es?
-Lo ignoro, se debate en el anonimato. 
-¿Por qué te habrá hecho así?
-No me lo preguntes a mí, eso tú lo debes averiguar. 
-Eres de piel cobriza y adivino por ahí unas negruras en tu alma…
-El alma de los hombres por naturaleza es mala, tiende a la lujuria tan pronto la primera 
oportunidad se les presenta. No le hace que se trate de hombre o de mujer. La pulsión 
sexual los guía. 
-Algo de eso he comenzado a experimentar…
-No es necesario que me lo digas, lo adivino, como tú debes adivinar el resto de mí…
-Fumador compulsivo, una mediana formación libresca, jugador y apostador de tarde 
en tarde y una que otra aventurilla amorosa, echada ya en el olvido, con las consecuentes 
secuelas de sudor salobre en la piel. Las mentiras y un ego abultado te son consustanciales. 
Espejo.
-Me asombras, mozalbete… ¿Quién te ha enseñado todas esas cosas? No me digas que la vida. 
No has vivido mucho.
-Ser joven no implica que no se haya vivido. Hay gente que ha vivido mucho con nulas experiencias. 
Son como viejos y nudosos árboles, encerrados entre las paredes de roca de un avejentado cañón de madre seca. 
-Uf, el gañán experimentado…
-No me irrespetes, te digo algo de mí sin exponértelo todo. Guárdate la ironía así forme parte de tu ser de ti. 
-Difícil. No le pidas al sol que no alumbre y que no ciegue con sus rayos.
-Yo digo lo que veo y como lo veo, la franqueza es mi enseña. Ojalá ello no te incomode.
-Nos entendemos, hijo.
 
Y empezó el diálogo franco y directo, de tú a tú, de alma a alma, de ojos a ojos. Intuición versus experiencia, 
juventud versus veteranía. Yo me nutrí de él y él se nutrió también de mí. Ser que se subsume en otro y viceversa. 
Los momentos más significativos y que ahora puedo recordar, fueron los siguientes…
 
-¿Qué función cumples en tu mundo, hombre barbado y maloliente?
-Descúbrelo tú…
-No veo aún tu mundo, si es que se le puede llamar mundo a esa habitación destartalada 
que veo al fondo, con una cama desarreglada y un estante con libros enmohecidos, que 
prometen estar llenos de hongos y esporas, en medio de esa indócil humedad circunvalante.
-¿Solo eso ves? Esos enormes ojos avellana deben ir más allá de lo inmediato.
-Unos afiches, Marilyn Monroe, Jah, Charlot, The Wall
-El mundo eres tú mismo transmutado en cosas, música, usos y costumbres y unas situaciones… 
Sigue escrutando, pescador perlero…
-Vienes muy afín con ese tu hábitat. Adivino bajo tu colchón unas cuantas revistas Playboy…
-Freud.
-Noches de insomnio, aguadas con un poco de brandy y evadidas a través de una diminuta 
ventana cercana al viejo cielorraso descolorido, con un poco de otras cosas. ¡Pobre de ti!
-¡Escruta!
-Cannabis sativa de noche en noche y la posibilidad de evadirte a través de ese ventanuco, 
hacia el aquelarre de tus más negras represiones mentales. Pocos baños, una hirsuta barba 
con pelos como alambres y cabello ralo en la cabeza. Eres a tu mundo de recuerdos, de pesada 
atmósfera y de secuelas de esperanzas muertas; lo que un erizado cactus del desierto de Sonora 
es a su enjuto y desolado universo. Una solitaria piedra en la inmensidad aislada.
-No todo es malo… 
-Ah sí, unos viejos retratos sobre la mesa de noche. Un anciano, pretérito ministro del altar de tus 
recuerdos, tu padre me imagino. Y uno más pequeño, una niña… ¿acaso tu hija?
-Secretum meun mihi
- Otoñales vanidades de tu anquilosada formación escolar, interrumpida por cierto, 
pero te envaneces de ella. Veo que buscas renacer de la nada de tus días y de una 
vida frustrada, en medio de unos cuantos destellos de la luminosidad de lo que pudo 
haber sido y no fue.
 
¿De qué te crees, hombre añoso? De las experiencias de una vida poco agraciada, 
llena de abandonos y de soledades, salpicada por una que otra excepción a esta odiosa 
regla. Acaso crees que lo malo de tu vida deviene a la larga en lo bueno del saber que de 
ello se deriva. Cabello ralo y unas ideas ralas también. Poca lectura, mucha vivencia y un ego 
anonadante que te dicta lo bueno y lo malo, lo conveniente y lo inconveniente. Lujuria auto justificada,
 el torrente vuelve sobre sí mismo y deviene en remolino. Mente evadida que se lanza hacia el infinito 
de tu locura y tu éxtasis nocturno. 
 
Ahora mi dedo apunta escrutador hacia ti, ya he logrado aprehenderte, eso querías ¿no? pues ahí está. 
Tu líbido se cierne sobre ti, como una venus atrapamoscas lo hace sobre el insecto que activa el pelillo 
de su secreto mecanismo vegetal. Algo atrapaste… ¿qué? A ti mismo. Tus dedos se crispan, tu frente 
suda y tu alma busca en ti lo que no halló en otras almas. Marilyn te ayuda, sus labios carnudos algo en
 ti evocan. Bob Marly, Cannabis sativa, volutas de humo y movimientos frenéticos. El muro de tu soledad 
llega a su clímax.  Charlot te mira y se sonríe con una mueca irónica en su rostro de tonalidades grises. 
Al final nada. Todo y nada a la vez. Y vuelta a empezar, prosigues ahí, solo abandonado y yerto. 
El aquelarre llegó a su fin. Media noche y tú regresas a través del ventanuco, te incorporas lentamente en 
tu vieja cama. Aspiradora que se nutre de volutas enajenantes y del vahído de tu espíritu.  
A la final el mismo  cuerpo solo y avejentado.
 
-¿Quién eres tú en realidad? Me has desnudado.
-Te lo dejo de tarea.
-Te subestimé…
-Ya lo sé, ahora debo irme. Es tarde y pronto cerrarán este lugar. 
-No…
 
La tapa se cernió nuevamente y ahogó un grito. Unas cuantas esporas revolotearon en el 
ambiente. Oscuridad total y la consecuente negación de sí. Había cantado hasta media 
noche Woman no cry, ahora aquellas líneas me hacían evocarlo. Frenesí desbordado, todo  
había acabado. La crónica del chicuelo aquel fue interesante, aleccionadora, pero ya era 
tarde. Marqué la hoja donde quedé, fue la 17. Poco me gusta escrutar almas infantiles en 
diarios rosa ¿qué le pueden enseñar a uno esos gañanes inexpertos y sin oficio? Sirvió 
para evadirme un rato, al menos satisfice mi yo crítico, por un tiempo dejará de fastidiarme. 
No todo es Cannabis. 
 
Fue una aleccionadora y vivificante experiencia. Esto último es innegable, otro día proseguirá.
 
9 pm de cualquier día de 1980

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