DISPUTA
EN LA BIBLIOTECA
(Poema)
Las gentes se marchaban
puesto que ya era tarde
La rica biblioteca muy
sola se quedó.
Las lámparas de aceite
temprano hacían alarde
De dar diez mil destellos,
la noche las venció.
El Conde y la Condesa con ritmo
acompasado
Haciendo reverencias
salieron del lugar.
Marchóse la señora del
Guardia del Condado
También los escolares que
hurgaban sin cesar.
El fiel bibliotecario tomó
los viejos libros
Y en su carrito lento los
redistribuyó…
Aquí puso el grandioso Conde de Montecristo
Y allá puso a Cervantes
quien fama cultivó.
Al buen estagirita, el
filósofo cantado
Discípulo grandioso del
límpido Platón…
Lo halló en catorce
libros… ¡magníficos tratados
Que fueran consultados con
mágica pasión!
Los puso en el estante
bien junto al aquinate
Tomás, el que cambiara del
mundo la visión.
Y en el estante opuesto,
barroco escaparate
Puso del noble Esopo su
libro de ficción.
Puso con gesto lento y
andar parsimonioso
A Horacio el generoso,
también a Cicerón.
Y hallóse con deleite el
libro escandaloso
Con que el febril Bocaccio
causara conmoción.
Marcaba en el cuadrante
del viejo campanero
Las doce… ¡Era la hora de
irse a dormitar!
Feliz pero jadeante y con
alma de librero
El viejo tras de sí echó
llave a aquel lugar.
No bien se hubo marchado
cuando… ¡Prodigio grande!
Los libros de sus sitios
se empiezan a mover.
Y caen con gran estrépito
del elevado estante
Abriéndose expectantes,
diez, veinte y más de cien.
De allá salta el Quijote
con su grito de guerra
Y el noble Sancho Panza lo
sigue siempre fiel.
El firme Lanzarote, amado
de Ginebra
La reina de Inglaterra,
renace en su corcel.
En la fila de ilustres y
grandes pensadores
Surge con el donaire de su
generación.
Rodeado por discípulos y
por admiradores
De la Academia grande, el
filósofo Platón.
Surgen uno tras otro como
una miniatura
Su talla nunca excede el
formato al empastar.
Del libro en que se
hallan, las hojas con blandura
Abrigan su existencia y la
luz de su pensar.
- ¡En
guardia! -Grita fiero a todos Don Quijote-
Yo soy el
caballero que viene a rescatar…
A la sin
par doncella cristiana que el galeote,
Ladrón de
los caminos preténdese llevar.
-
¡Ah loco entre los locos! -Le espeta con gran sorna
Aquel Jorge Guillermo de
Hegel, alemán-
- ¿Y qué es lo que pretendes? ¿Acaso es que retomas
De tiempos ya lejanos el cándido ideal?
Los tiempos medievales ha mucho se marcharon
No existen caballeros en la modernidad…
No seas iluso viejo, los autos remplazaron
A la caballería… ¡Curiosa antigüedad!
-¡Jamás!... ¡bufón de corte, recorta tus palabras!
Pues la febril metralla de mi lanza genial…
Hará que te arrepientas de tu verbo canalla
¡En guardia! ¡La batalla principia hasta el final!
¡Calmaos, calmaos Quijote y tú también oh Hegel!
-Dice con voz que busca
los ánimos calmar,
El buen señor del Tiempo
quien en su carro leve
De nubes y minutos
detiénese en su andar.
Los dos tienen jirones de la verdad eterna
Mas nadie se alza en dueño completo de su ser.
En tu momento, Hegel, miraste la conciencia
De lo moderno alzarse del tiempo y renacer.
Y tú Quijote, vuelas con tu mente a los tiempos
Del Amadís de Gaula y Arturo, el rey bretón…
La nube de tu idea trocada en pensamiento
Te lleva al medioevo con firme corazón.
Vivieron dos momentos con sus justas verdades
No existe una –repito-, que abarque el ideal.
De la verdad unida del tiempo en las edades
Fundidas cual un molde de luz universal.
-¡No es cierto, Padre Tiempo! Le espeta al buen anciano
El sabio entre los sabios…
¡Magnífico Agustín!
Quien de Las Confesiones, sale con libro en
mano,
Henchido de sapiencia,
cual limpio serafín.
¡El tiempo no es el tiempo! Las horas ya se marchan
Como se escapa el agua en los dedos al tocar.
No existe el hoy presente, pues cuando
te levantas
Al hoy, este se marcha sin poderlo evitar.
Y el futuro es la idea del tiempo que no ha sido,
El ayer se ha cumplido, se funde en el no ser.
¿Sí ves que el tiempo es nada? No más que ser vencido
Que cuando te aproximas tiende a desvanecer.
Al verse desarmado el buen
señor del tiempo
Se calla y torna lento al
libro celestial…
Aquella Teogonía, la voz del pensamiento
Que de la Grecia grande fue airoso
pedestal.
Esopo el fabulista de la Frigia, levanta
Su rostro con un aire de
herida dignidad…
-¿Y cómo es eso –dice- que Roma en la garganta
De un sofista de escuela, pretende la verdad…
Sobre el señor del Tiempo, más sabio entre los sabios?
¡Retracta tus palabras! Le exige al pensador…
De la noble Tagaste,
Agustín aprieta labios
Y ya va a responderle al
genial fabulador.
Cuando surge la voz del
poeta más sapiente
Que Roma produjera en su
historia colosal.
Horacio es aquel hombre
que habla mansamente
Con trinos de canario y
acentos de turpial…
¡Ni es bueno que se riñan ni Júpiter desea
Que por su patria inicien una guerra verbal!
Vamos amigos todos, cesemos la pelea,
¡Porque somos modelos del bien universal!
No olviden que la vida se escapa a cada instante
En el tiempo inclemente y la deben ocupar.
En hacerse felices, labremos vindicantes
La vida noble y pura de la felicidad…
El sol ya despuntaba con
tintes purpurinos
En la línea de oriente con
fiel exactitud…
Mientras los personajes
buscaban los destinos
En los libros que albergan
su ser de plenitud.
Se marcha Don Quijote
jinete en Rocinante
Se marcha Lanzarote quien
fiel se limitó.
A oír de sus vecinos de
libros y de estante
La lívida disputa que el
día nuevo acabó.
Disípase el señor de los
Tiempos en su carro
Se marcha ya Agustín con
un aire vencedor.
Mientras el fabulista
repite los descargos
Con que ataca el embate
del recio pensador.
Horacio también marcha,
detrás con gesto grave
Prosigue cavilante el prolífico Platón…
Quien dictamina a todos… ¡No es sabio quien más sabe!
¡Es sabio quien aprende errando en su lección!
El hombre busca esencia inmortal en sus ideas
Que abriguen las verdades de acento celestial…
Y sólo las consigue quien piensa, no pelea,
Y aprende de los otros el brillo sideral.
Con las últimas frases se
cierran de los libros
Las tapas y regresan todos
al anaquel.
No pasa mucho tiempo, el
librero, aquel recinto
Abre con gran estruendo…
¡Su norma es siempre fiel!
Abrir la biblioteca y los
libros que atesora
A quien quiera leerlos con
límpida fruición.
¡Los libros son el mundo y
el tiempo que devora
Las glorias de los siglos,
con sabia erudición!
Nabonazar Cogollo Ayala
Mayo 1 de 2006