LOS EFECTOS PSICOLÓGICOS
DE LA EXCLUSIÓN
Por:
Nabonazar Cogollo Ayala
Una forma de atentar
directamente contra el ego de una persona es hacerle manifiesto nuestro deseo
de que ella no forma parte de nuestro grupo social inmediato. No obstante, en
la sociedad la exclusión se encuentra
formalmente institucionalizada, al menos en algunos casos. Cuando un estudiante
egresado de grado undécimo aspira a una universidad colombiana y luego de
seguir todo el protocolo de admisión, es notificado que su aspiración ha sido
denegada porque su desempeño en el examen de admisión fue bajo, estaríamos ante
una forma de exclusión regulada y
reglamentada, no arbitraria. Se entiende en este caso que la inclusión solo le estaría permitida a
cierto tipo de personas, dada la evaluación previa de ciertas competencias de
índole cognitiva, en un marco reglamentario previo, conocido y avalado por
todos.
La exclusión que más
hiere y lesiona nuestra autoestima es aquella que depende directamente de la
voluntad de alguien a quien conocemos de cerca y que por lo tanto, consideramos
próximo o allegado. Nos hiere mucho y nos lesiona que nuestro mejor amigo no
nos invite a su fiesta de graduación, cuando todo había parecido indicar que
así lo haría. Nos hiere mucho y nos
lesiona que una persona a quien estimamos como un hermano nos haya asegurado
que nos iba a llamar para formar parte de un grupo de trabajo altamente
remunerado. Y posteriormente evidenciamos que fuimos excluidos y que se contó
con el concurso de otras personas. La
exclusión varía de tono e intensidad en su efecto psicológico en nosotros, según
la forma como se nos comunique la negativa. Miremos algunos ejemplos:
1. ¡Tú
no vas a ir con nosotros al paseo! (En un
tono tajante, que puede sonarnos ofensivo).
2.
¡Cuánto lo lamento! No resultaste elegido.
Otra vez será… (En un tono afectuoso y
considerado).
3.
¡Qué vas a ir con nosotros! Nooo, ni de
riesgos. ¡Pailas! (En un tono categórico
que suena por ello humillante).
4.
¡Perdiste! Tuqui tuqui lulú. (Haciendo un gesto de golpecitos contra el
cuello) (En un marcado tono irónico que hace sentir muy mal al otro).
5.
Esta vez no pudo ser, pero de pronto en el
futuro. ¡No hay que perder las esperanzas! (En
un tono comprensivo y conciliador).
6.
Lo lamento, decidimos entre todos que a ti
no se te iba a hacer ese favor. (En un
tono desapasionado que busca ser objetivo y lo logra).
7.
¿Qué tú qué? ¡No sueñe mijo! ¿Qué le pasa?
¡Usted no! (En un tono que más que
irónico ya es irrespetuoso).
8.
Usted lo que es, es una “trepadora”… ¿Cómo
se le ocurre? ¡No sea “igualada”! (En un
tono desafiante que invita al conflicto).
9.
A partir de hoy no se le permitirá el
ingreso a esta sala. (En un tono neutral
y categórico, como para no dejar dudas de la orden impartida).
10.
Usted no nos acompaña a partir de hoy,
porque no está preparado para hacerlo. (En
un tono técnico o profesional que busca ser más racional que emocional).
11. Etc.
¿Por qué nos hiere y nos lesiona tanto la forma como se nos
comunique una negativa? Porque el NO es difícil de ser aceptado por el común de
los seres humanos. Y la exclusión es la materialización, en el ámbito social,
del no. Es por ello que debemos tener mucho tacto y dotes diplomáticas cuando
la vida nos lleve a decirle NO a alguien. ¿Por qué? Porque podemos herir sus
sentimientos. Si aparte de la negativa (que ya es dura de sobrellevar) la otra
persona se lleva el mensaje -que facialmente le hemos transmitido, por
ejemplo-, de nuestro regocijo por dicha negativa, tendremos una persona
resentida contra nosotros y con claros deseos de venganza. Para evitar todo
eso, es mejor escoger muy bien las palabras con que hemos de transmitir la
negativa, mirar a la persona fijamente a los ojos para transmitirle seguridad y
darle el mensaje en un tono afable y conciliador. Evitar las expresiones
emocionalmente cargadas porque lesionan y hacen daño. La autoestima de la otra
persona podría salir lastimada o resentida y ello lo debemos evitar a toda
costa.
El Yopal (Casanare), 2012
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